sábado, 25 de febrero de 2012

Sobre la foto de Samuel Aranda



Aranda Meets the Subjects of His Photo: http://nyti.ms/wE84Ob

¿No es como si la representación hubiera terminado y siguiera la vida real?

viernes, 24 de febrero de 2012

Entrevistas a fotógrafos

Me gusta leer entrevistas a fotógrafos. Creo que es una buena manera de aprender. En un post publicado en el sitio de TRIS comenté tres libros de conversaciones que me parecen buenos. Ahora tenemos la posibilidad de compilar un libro de ese tipo nosotros mismos rastreando los textos en Internet y seleccionando lo que nos interesa. En el camino vamos a encontrar muchos videos donde podremos ver y escuchar a nuestros autores. Pero en el papel impreso hay una lentitud y un modo de la atención distinto al de la pantalla. Comencé la construcción de ese mamotreto que imprimiría sin importarme su volumen poco antes de las vacaciones. Fue en esa búsqueda que encontré http://www.americansuburbx.com/, un sitio que reúne una considerable cantidad y variedad de material sobre fotografía, incluido un amplio archivo de entrevistas que pueden buscarse por autor. El material es abundante, variado y desparejo, como casi siempre en la web. Entre las entrevistas más recientes me interesaron mucho las de Alec Soth. A pesar del plan de alejarme de la computadora la mejor manera de leerlas fue con una pantalla a mano, recorriendo en el sitio de Soth las fotos mencionadas a lo largo del texto.

jueves, 23 de febrero de 2012

Made in Japan


En Uruguay, al igual que en tantos países, las referencias fotográficas provienen sobre todo de Europa y Estados Unidos. Si pedimos a un fotógrafo uruguayo que nombre veinte autores que conoce y admira es improbable que en la lista aparezca un japonés. (De paso: es paradójico que utilicemos mayoritariamente equipos y materiales provenientes de aquel país y que sigamos con avidez las novedades de su industria, al mismo tiempo que desconocemos casi todo de su fotografía.)

Quizás el más conocido de sus autores sea, entre nosotros, Nobuyoshy Araki, difundido fuera de Japón por la editorial Taschen y conocido por el erotismo de sus fotografías. Si investigamos apenas un poco pronto aparecerán los nombres de Daido Moriyama y Tomatsu Shomei (*), dos autores importantes muy conocidos fuera de su país. Pero si nos empeñamos un poco más lo que se abre es un universo desconocido para la mayoría de nosotros por razones que remiten a la trama de las influencias culturales. Debemos a Internet la posibilidad de perforar las capas de la tradición y mirar en otras direcciones, aunque la lengua, en este caso, permanece como una barrera importante.

Entre las puertas de entrada a la fotografía japonesa disponibles en inglés puede citarse el libro Japanese photobooks of the 1960s and ’70s, de Ryuchi Kaneko e Ivan Vartanian, Aperture, 2009. Un libro sobre libros donde se reseña, con abundantes ilustraciones, cerca de cuarenta títulos publicados en esos años. Ryuchi Kaneko es un budista aficionado a la fotografía devenido editor, curador y coleccionista de photobooks, sobre los cuales se lo considera un experto. La descripicón de cada uno de los libros es precisa y se ilustra con numerosas imágenes. Los comentarios sitúan cada una de las obras en su contexto y en la historia de su autor. Señalan su singularidad y la novedad que representaron en el momento de su aparición. Lo que emerge es un panorama vasto de la fotografía japonesa de aquellas décadas donde se destaca la reorientación subjetiva de la foto documental, la experimentación estética en la toma de fotos y en el diseño de los libros, la agitación política y las miradas novedosas sobre la sexualidad y la vida privada, entre otros.

Por encima de todo, lo que la investigación de Kaneko y Vartanian homenajea es la producción de libros de fotografía, una pasión contagiosa en la que confluyen fotógrafos, editores y diseñadores y que, a juzgar por esta obra, tiene en Japón una tradición extraordinaria.

(*) Ver post anterior

miércoles, 15 de febrero de 2012

¿No quedamos en que la cámara no importaba?

Un tema interesante y muy actual

viernes, 10 de febrero de 2012

Fotoperiodismo ciudadano y sin sentido

Para que quede claro de que nota de opinión de la diaria habla Ricardo aquí está:

Fotoperiodismo ciudadano y sin sentido

Un policía rocía con gas pimienta
a un grupo de estudiantes universitarios
que protestan pacíficamente
en California. Bastante
imprudente. Está rodeado de
personas con teléfonos celulares
que filman y sacan fotos. Un
grupo de soldados estadounidenses,
custodios de la cárcel
de Abu Ghraib en Irak, tortura
prisioneros y, para divertirse, los
fotografía. Las fotos se filtran y
son un “escándalo”. Sus colegas
uruguayos, para no ser menos,
se filman con un teléfono celular
mientras abusan sexualmente de
un joven en Haití. El bluetooth es
activado involuntariamente y el
video llega a manos equivocadas
para que, como casi siempre, se
active la maquinaria del escándalo
mediático, los juicios, las
indemnizaciones y toda la rutina
pseudopolítica de los llamados
a sala, las interpelaciones,
las declaraciones indignadas del
oficialismo y la oposición. Poco
a poco -es sólo cuestión de días-,
baja el volumen del ruido, hasta
que se apaga del todo, y quedamos
a la espera de que otro de
estos simulacros comunicativos
vuelva a ocupar el tiempo de la
pantalla y podamos decir “qué
horrible”.
Días atrás, el ritual volvió a
repetirse. Dos patovicas de un
boliche de Piriápolis golpean
a un joven hasta dejarlo inconsciente.
Alguien los filma, sube el
video a Youtube y lo envía a Canal
10 (http://ladiaria.com.uy/Ue).
Estos casos tienen en común
por lo menos dos cosas. En primer
lugar, no se hubieran conocido si
ninguno de los protagonistas o
testigos ocasionales no tuviera algún
tipo de cámara digital a mano.
Pero hoy día eso parece imposible,
por lo menos para las sociedades
plenamente integradas al circuito
del consumo capitalista. Diferentes
investigaciones en el campo de
la fotografía tienden a ir hacia el
objeto-fetiche del registro absoluto
y la transmisión inmediata. Es
un hecho que ya existe la posibilidad
de mostrar todo lo que vemos,
aunque todavía no esté claro que
eso sirva para algo.
Por otra parte, este tipo de
casos ponen en cuestión el rol
OPINIÓN
Fotoperiodismo ciudadano y sin sentido
y el lugar del fotoperiodismo tradicional.
Uno de los que han reflexionado
sobre este tema es el
prestigioso fotoperiodista estadounidense
Fred Ritchin. Para él, las
grandes, pesadas y notorias cámaras
full frame con sus teleobjetivos
de 300 mm se han transformado
en un obstáculo para la realización
de fotos “significativas”. Las imágenes
importantes del mañana -y
las de hoy también, como hemos
visto- las harán personas comunes
y corrientes, testigos casuales de
la realidad que, por el hecho de
estar en todos lados y a toda hora,
podrán “ver” cosas que los profesionales
ni siquiera imaginarán, y
“estar” en esos lugares que ya no se
les permiten a los fotoperiodistas
profesionales (en lo estrictamente
bélico, por ejemplo, desde la
guerra de Vietnam su trabajo ha
estado rigurosamente controlado
por los mandos militares que los
custodian y protegen).
Probablemente, Ritchin tenga
algo de razón. Para comprobarlo
basta mencionar el caso uruguayo
y comparar los efectos que tuvo
la difusión del mencionado video
del abuso sexual en Haití con la
muestra fotográfica Más allá del
deber -de Armando Sartorotti, enfocada
en el trabajo de los soldados
uruguayos en las misiones de paz
de la ONU establecidas en Haití y
el Congo, expuesta en el atrio de
la Intendencia de Montevideo en
mayo del año pasado-. Mientras
la exposición construía paciente
-y profesionalmente- la imagen
de un Ejército esforzado y dedicado
al servicio de las personas
más necesitadas, un video de 50
segundos echaba todo al suelo y
convertía a esos mismos soldados
en una suerte de animales salvajes
sexópatas.
Otra cosa que tienen en común
esas experiencias de voluntario
o involuntario “periodismo
ciudadano” es que, en todas ellas,
los culpables han pagado por su
crimen. El policía del gas pimienta,
los soldados estadounidenses
y uruguayos, los patovicas de Piriápolis,
todos fueron encontrados
culpables. Pero lo que me interesa
aquí no es tanto la condena
legal como la social. Quiero decir:
aunque ninguno de ellos hubiera
recibido sanciones, o aunque las
sanciones nos parecieran leves
en relación a sus acciones, todos
sabríamos que esas personas son
las culpables, porque la imagen lo
muestra claramente.
Sin embargo, este modelo de
comunicación, digno de la generación
Wikileaks -que todo lo ve
y lo cuenta- o Anonymous -que
está en todas partes-, no puede
hacer más que eso, exhibir crudamente
“las cosas” pero no reflexionar
sobre ellas. La denuncia
se concreta y se clausura en las
cuatro paredes de la imagen, en
esas ovejas negras que pagan los
platos rotos, en ese patovica inflado
por los fierros -andá a saber
si no se inyectará alguna cosita- o
en esa soldado rubia de la cárcel
iraquí, que debe estar bastante
rayada como para andar atando
hombres del cuello como si fueran
perros. El supuesto carácter
excepcional -por lo demente- de
estas personas inhabilita entonces
-o posterga como habladurías
inconducentes de intelectualescualquier
reflexión sobre los
fenómenos sociales que hacen
posible y cotidiano el ejercicio
de ese tipo de violencia.
Cabría preguntarse si esto es
culpa de las imágenes. Es decir, si
unas “buenas fotografías” sobre
esos mismos fenómenos habilitarían
reflexiones más profundas.
Y la respuesta es que no. En otra
época las fotografías de denuncia
incidían con fuerza en el cuerpo
social porque actuaban respaldadas
por conceptos integradores
de la realidad, que -errados o
no, eso no es lo importante- las
hacían algo así como la parte
visible de una idea. Entonces, la
famosa fotografía de Eddie Adams,
que mostraba al jefe de la
policía survietnamita ejecutando
a un prisionero del Vietcong, podía
ser fácilmente decodificada
como la acción destructiva del
imperialismo estadounidense
sobre el tercer mundo, como la
ferocidad atroz y cínica de un capitalismo
agonizante. Lo mismo
pasaba en Uruguay con las fotos
del diario comunista El Popular
y sus “obreros y estudiantes
resistiendo el golpe fascista” de
1973 o, desde el otro lado, con el
diario El País, mostrando casi las
mismas fotos pero entendiéndolas
como la “conducta criminal
de la subversión marxista”. Esas
frases hechas eran la expresión
de complejas concepciones de
la realidad, tal vez máscaras a las
que se les veían las costuras, pero
que por eso mismo habilitaban
la reflexión y la crítica sobre sus
contenidos.
Hoy, las imágenes circulan
sin sentido alguno, como libres
expresiones espontáneas de una
creatividad tan fecunda como
fugaz, como estrellas que se encienden
y se apagan casi sin que
lleguemos a verlas. La única causa
que parece promoverlas es la
de su propia exhibición, tal como
pasa con la rápida sucesión de estímulos
con que nos entretiene la
tele. Es que, como dice el anónimo
“periodista ciudadano” de Piriápolis
segundos antes de apagar
la cámara: “¡Este video va pal 10!
¡Cómo no lo voy a filmar!”. ¦
Mauricio Bruno

Sobre PERIODISMO CIUDADANO Y SIN SENTIDO (la diaria, 10-02-2012)

Sobre PERIODISMO CIUDADANO Y SIN SENTIDO (la diaria, 10-02-2012)

Mauricio,

tu nota “Fotoperiodismo ciudadano y sin sentido” (la diaria, 10-02-2012) expresa un malestar que no termino de entender. Lo que las imágenes que citás disparan no es sólo show mediático, morbo y “simulacros comunicativos”. En lo que a mucha gente concierne las fotografías tomadas en la cárcel de Abu Grahib pueden ser “fácilmente decodificadas como la acción destructiva del imperialismo estadounidense”. El video de los soldados uruguayos en Haití como prueba de que nuestro ejército sigue enfermo de sadismo y de que eso es inseparable del modo como hemos procesado sus crímenes del pasado. Otros discursos podrían articularse en torno a las imágenes del policía roceando gas pimienta sobre estudiantes en California o sobre los patovicas de Piriápolis. Por otra parte, que en todos estos casos los responsables inmediatos hayan sido legal o socialmente sancionados por sus crímenes y que esto haya ocurrido porque las imágenes fueron divulgadas es un mérito de ese “modelo de comunicación” “que todo lo ve y lo cuenta”. En cuanto a los responsables no inmediatos, ninguno se libra de la sanción social y, ahora, global, aunque zafen de los tribunales. El refrán que dice “qué le hace una mancha más al tigre”, se equivoca. Cuando los crímenes se documentan y si divulgan hay consecuencias de corto plazo y hay consecuencias de largo plazo.

La abundancia de imágenes documentales que se deriva de los cambios tecnológicos quizás sea un dolor de cabeza para los fotógrafos profesionales que vemos redefinido nuestro coto. Ya no basta con que tengamos la foto porque muchos la tendrán. O tendrán otras parecidas. Cada día se espera de nosotros algo más que haber estado allí. Lo que no veo, al menos en los casos referidos, es cómo la divulgación de las imágenes de ese “periodismo ciudadano” podría ser perjudicial para el conjunto de la sociedad. Es cierto que las imágenes son mudas y fragmentarias: pequeños cuadros silenciosos capturados en fracciones de segundo. Necesitan relatos que les den sentido. No pueden prescindir de las palabras. Pero tampoco las palabras pueden decir lo que las imágenes “dicen”. Sin fotos y sin videos, la impunidad sería mayor de lo que es. Cuando salen a la luz nadie, ni siquiera el presidente de los Estados Unidos, puede hacerse el distraído y las consecuencias vendrán. Un mundo sin fotos, o un mundo en el que ya no podamos confiar en las fotos, me daría terror. No importa quién las tome.

Ricardo Antúnez

Sobre PERIODISMO CIUDADANO Y SIN SENTIDO (la diaria, 10-02-2012)

Mauricio,

tu nota “Fotoperiodismo ciudadano y sin sentido” (Mauricio Bruno, la diaria, 10-02-2012) expresa un malestar que no termino de entender. Lo que las imágenes que mencionás disparan no es sólo show mediático, morbo y “simulacros comunicativos”. En lo que a mucha gente concierne las fotografías tomadas en la cárcel de Abu Grahib pueden ser “fácilmente decodificadas como la acción destructiva del imperialismo estadounidense”. El video de los soldados uruguayos en Haití como prueba de que nuestro ejército sigue enfermo de sadismo y de que eso es inseparable del modo como hemos procesado sus crímenes del pasado. Otros discursos podrían articularse en torno a las imágenes del policía roceando gas pimienta sobre estudiantes en California o sobre los patovicas de Piriápolis. Por otra parte, que en todos estos casos los responsables inmediatos hayan sido legal o socialmente sancionados por sus crímenes y que esto haya ocurrido porque las imágenes fueron divulgadas es un mérito de ese “modelo de comunicación” “que todo lo ve y lo cuenta”. En cuanto a los responsables no inmediatos, ninguno se libra de la sanción social y, ahora, global, aunque zafen de los tribunales. El refrán que dice “qué le hace una mancha más al tigre”, se equivoca. Cuando los crímenes se documentan y si divulgan hay consecuencias de corto plazo y hay consecuencias de largo plazo.

La abundancia de imágenes documentales que se deriva de los cambios tecnológicos quizás sea un dolor de cabeza para los fotógrafos profesionales que vemos redefinido nuestro coto. Ya no basta con que tengamos la foto porque muchos la tendrán. O tendrán otras parecidas. Cada día se espera de nosotros algo más que haber estado allí. Lo que no veo, al menos en los casos referidos, es cómo la divulgación de las imágenes de ese “periodismo ciudadano” podría ser perjudicial para el conjunto de la sociedad. Es cierto que las imágenes son mudas y fragmentarias: pequeños cuadros silenciosos capturados en fracciones de segundo. Necesitan relatos que les den sentido. No pueden prescindir de las palabras. Pero tampoco las palabras pueden decir lo que las imágenes “dicen”. Sin fotos y sin videos, la impunidad sería mayor de lo que es. Cuando salen a la luz nadie, ni siquiera el presidente de los Estados Unidos, puede hacerse el distraído y las consecuencias vendrán. Un mundo sin fotos, o un mundo en el que ya no podamos confiar en las fotos, me daría terror. No importa quién las tome.

Ricardo Antúnez