viernes, 10 de febrero de 2012

Fotoperiodismo ciudadano y sin sentido

Para que quede claro de que nota de opinión de la diaria habla Ricardo aquí está:

Fotoperiodismo ciudadano y sin sentido

Un policía rocía con gas pimienta
a un grupo de estudiantes universitarios
que protestan pacíficamente
en California. Bastante
imprudente. Está rodeado de
personas con teléfonos celulares
que filman y sacan fotos. Un
grupo de soldados estadounidenses,
custodios de la cárcel
de Abu Ghraib en Irak, tortura
prisioneros y, para divertirse, los
fotografía. Las fotos se filtran y
son un “escándalo”. Sus colegas
uruguayos, para no ser menos,
se filman con un teléfono celular
mientras abusan sexualmente de
un joven en Haití. El bluetooth es
activado involuntariamente y el
video llega a manos equivocadas
para que, como casi siempre, se
active la maquinaria del escándalo
mediático, los juicios, las
indemnizaciones y toda la rutina
pseudopolítica de los llamados
a sala, las interpelaciones,
las declaraciones indignadas del
oficialismo y la oposición. Poco
a poco -es sólo cuestión de días-,
baja el volumen del ruido, hasta
que se apaga del todo, y quedamos
a la espera de que otro de
estos simulacros comunicativos
vuelva a ocupar el tiempo de la
pantalla y podamos decir “qué
horrible”.
Días atrás, el ritual volvió a
repetirse. Dos patovicas de un
boliche de Piriápolis golpean
a un joven hasta dejarlo inconsciente.
Alguien los filma, sube el
video a Youtube y lo envía a Canal
10 (http://ladiaria.com.uy/Ue).
Estos casos tienen en común
por lo menos dos cosas. En primer
lugar, no se hubieran conocido si
ninguno de los protagonistas o
testigos ocasionales no tuviera algún
tipo de cámara digital a mano.
Pero hoy día eso parece imposible,
por lo menos para las sociedades
plenamente integradas al circuito
del consumo capitalista. Diferentes
investigaciones en el campo de
la fotografía tienden a ir hacia el
objeto-fetiche del registro absoluto
y la transmisión inmediata. Es
un hecho que ya existe la posibilidad
de mostrar todo lo que vemos,
aunque todavía no esté claro que
eso sirva para algo.
Por otra parte, este tipo de
casos ponen en cuestión el rol
OPINIÓN
Fotoperiodismo ciudadano y sin sentido
y el lugar del fotoperiodismo tradicional.
Uno de los que han reflexionado
sobre este tema es el
prestigioso fotoperiodista estadounidense
Fred Ritchin. Para él, las
grandes, pesadas y notorias cámaras
full frame con sus teleobjetivos
de 300 mm se han transformado
en un obstáculo para la realización
de fotos “significativas”. Las imágenes
importantes del mañana -y
las de hoy también, como hemos
visto- las harán personas comunes
y corrientes, testigos casuales de
la realidad que, por el hecho de
estar en todos lados y a toda hora,
podrán “ver” cosas que los profesionales
ni siquiera imaginarán, y
“estar” en esos lugares que ya no se
les permiten a los fotoperiodistas
profesionales (en lo estrictamente
bélico, por ejemplo, desde la
guerra de Vietnam su trabajo ha
estado rigurosamente controlado
por los mandos militares que los
custodian y protegen).
Probablemente, Ritchin tenga
algo de razón. Para comprobarlo
basta mencionar el caso uruguayo
y comparar los efectos que tuvo
la difusión del mencionado video
del abuso sexual en Haití con la
muestra fotográfica Más allá del
deber -de Armando Sartorotti, enfocada
en el trabajo de los soldados
uruguayos en las misiones de paz
de la ONU establecidas en Haití y
el Congo, expuesta en el atrio de
la Intendencia de Montevideo en
mayo del año pasado-. Mientras
la exposición construía paciente
-y profesionalmente- la imagen
de un Ejército esforzado y dedicado
al servicio de las personas
más necesitadas, un video de 50
segundos echaba todo al suelo y
convertía a esos mismos soldados
en una suerte de animales salvajes
sexópatas.
Otra cosa que tienen en común
esas experiencias de voluntario
o involuntario “periodismo
ciudadano” es que, en todas ellas,
los culpables han pagado por su
crimen. El policía del gas pimienta,
los soldados estadounidenses
y uruguayos, los patovicas de Piriápolis,
todos fueron encontrados
culpables. Pero lo que me interesa
aquí no es tanto la condena
legal como la social. Quiero decir:
aunque ninguno de ellos hubiera
recibido sanciones, o aunque las
sanciones nos parecieran leves
en relación a sus acciones, todos
sabríamos que esas personas son
las culpables, porque la imagen lo
muestra claramente.
Sin embargo, este modelo de
comunicación, digno de la generación
Wikileaks -que todo lo ve
y lo cuenta- o Anonymous -que
está en todas partes-, no puede
hacer más que eso, exhibir crudamente
“las cosas” pero no reflexionar
sobre ellas. La denuncia
se concreta y se clausura en las
cuatro paredes de la imagen, en
esas ovejas negras que pagan los
platos rotos, en ese patovica inflado
por los fierros -andá a saber
si no se inyectará alguna cosita- o
en esa soldado rubia de la cárcel
iraquí, que debe estar bastante
rayada como para andar atando
hombres del cuello como si fueran
perros. El supuesto carácter
excepcional -por lo demente- de
estas personas inhabilita entonces
-o posterga como habladurías
inconducentes de intelectualescualquier
reflexión sobre los
fenómenos sociales que hacen
posible y cotidiano el ejercicio
de ese tipo de violencia.
Cabría preguntarse si esto es
culpa de las imágenes. Es decir, si
unas “buenas fotografías” sobre
esos mismos fenómenos habilitarían
reflexiones más profundas.
Y la respuesta es que no. En otra
época las fotografías de denuncia
incidían con fuerza en el cuerpo
social porque actuaban respaldadas
por conceptos integradores
de la realidad, que -errados o
no, eso no es lo importante- las
hacían algo así como la parte
visible de una idea. Entonces, la
famosa fotografía de Eddie Adams,
que mostraba al jefe de la
policía survietnamita ejecutando
a un prisionero del Vietcong, podía
ser fácilmente decodificada
como la acción destructiva del
imperialismo estadounidense
sobre el tercer mundo, como la
ferocidad atroz y cínica de un capitalismo
agonizante. Lo mismo
pasaba en Uruguay con las fotos
del diario comunista El Popular
y sus “obreros y estudiantes
resistiendo el golpe fascista” de
1973 o, desde el otro lado, con el
diario El País, mostrando casi las
mismas fotos pero entendiéndolas
como la “conducta criminal
de la subversión marxista”. Esas
frases hechas eran la expresión
de complejas concepciones de
la realidad, tal vez máscaras a las
que se les veían las costuras, pero
que por eso mismo habilitaban
la reflexión y la crítica sobre sus
contenidos.
Hoy, las imágenes circulan
sin sentido alguno, como libres
expresiones espontáneas de una
creatividad tan fecunda como
fugaz, como estrellas que se encienden
y se apagan casi sin que
lleguemos a verlas. La única causa
que parece promoverlas es la
de su propia exhibición, tal como
pasa con la rápida sucesión de estímulos
con que nos entretiene la
tele. Es que, como dice el anónimo
“periodista ciudadano” de Piriápolis
segundos antes de apagar
la cámara: “¡Este video va pal 10!
¡Cómo no lo voy a filmar!”. ¦
Mauricio Bruno

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